lunes, 26 de diciembre de 2011

I Fátima.

   En un rincón de su guarida, la perversa Fátima recorre los tristes acontecimientos de su monótono auto-exilio. Aún sin saber bien a bien porque hace tanto que no le visitan, la otrora santa, acerca el viejo cuenco y sobre el desgrana dentaduras con sus bermejos dedos. Aun no deja de extrañar lo suficiente su antiguo remontar el vuelo entre los gélidos dedos de Aire ni olvida lo maravilloso de acercarse a los chorlitos y susurrarle palabras venenosas al oído. Solo esta ahí, hundida en la vieja piel de osezno desgranando las dentaduras de los que han ido a rescatarla de las cadenas del tiempo.

 Fátima, no recuerda sus nombres, solo sus sonrisas y la fervorosa pasión con la que le reconfortaban sus gemidos y gritos estruendosos cuando la pérfida les arrancaba las viseras buscando un poco de alimento. Pero hacía mas de un siglo en los que nadie iba a buscarla, solo tenia como compañía el viejo libro con pergaminos de piel beata en el que amorosamente anotaba los gemidos, gritos y susurros con que se despedían sus fieles. A ella le encanta hojear el grueso tomo, mas siempre llega un momento en que se acongoja y siente temor, cuando llega a la hoja 5826 y recuerda angustiada la triste mirada de un niño que no profirió ningún grito, ningún sonido mas allá del de su cuerpo desquebrajándose entre las bermejas manos de ella. Esa vez no probo un solo bocado, se limito a dejar caer el cuerpo y mirar como poco a poco, las alimañas se acercaban a comer los restos.

 Hay días en los que Fátima alcanza la boca de la cueva y respira el fresco aire de la mañana; mas nunca mira al cielo porque podría perder el control sobre si y salir mas allá de sus dominios. Ella sabe que aún no es el momento, porque los viejos dioses siguen durmiendo en las raíces del mundo y no quiere ser ella quien les despierte, son seres llenos de rencor que sin el menor esfuerzo romperían su corazón de menta y azafrán y dejarían sus restos para que las hadas marinas viniesen a recogerlo y preparar pociones de amor y muerte. Así que ella regresa a su laberinto de roca y silencio para esperar a que algún desafortunado se pierda en la reconfortante soledad de su guarida.

 Y así, en la obscuridad de sus rencores, Fátima espera el maravilloso momento en que pueda remontar el vuelo entre los gélidos dedos de Aire y susurrar venenosas palabras en los oídos de los chorlitos; mientras desgrana con sus bermejos dedos, viejas encías sobre un cuenco hecho de olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario